La silla del director: actores que toman el control

¿Cuál es el secreto para enamorar a la cámara? ¿Cómo se llega a realizar una gran interpretación? Son sólo algunas de las preguntas que se realizan todos aquellos que aspiran a ser alguien en el mundo del cine. Son distintas y muy variadas las características que definen a un buen actor —o a una buena actriz— y estas características no son aplicables para todos los intérpretes de la misma manera. Un buen físico, un rostro atractivo, una voz profunda y un lenguaje corporal que ayude a contar cualquier historia son elementos que indudablemente ayudan a la hora de abrirse camino para ponerse delante de las cámaras, pero puede no ser suficiente para conquistar al gran público. Un intérprete puede ser capaz de dar vida a un personaje después de leer un guión, pero es el momento en el que realmente  se transforma en ese personaje cuando lo hace creíble para el resto del mundo y consigue transmitir los sentimientos que hacen una actuación consistente. Consigue pasar de un personaje plano en dos dimensiones a una persona real con una circunstancia propia.
 
Además, cuando consigue entender y representar el personaje, el actor debe saber ponerse a las órdenes del director, ya que será este último quién orqueste todos los guiones, actuaciones, tomas de cámara, montajes, etc. para contarnos la historia tal y como la ha imaginado. Es por tanto el director el responsable último de su obra.
 
No son pocos los actores que han alternado — o incluso cambiado completamente— su carrera profesional y se han pasado detrás de las cámaras para ocupar la silla del director. Si la interpretación exige una serie de cualidades para conquistar al público, ¿qué es necesario para ser un buen director? ¿es suficiente con ser un buen actor para ser un buen director? Cuando un intérprete consigue alcanzar éxito en el mundo del cine, que se pase a la silla de dirección parece casi un reclamo promocional para seguir poniendo su nombre en cartelera. Además, será una ayuda extra para encontrar tanto buenas historias como productores que apoyen sus proyectos. Pero si en el caso de un intérprete no es suficiente contar con una cara bonita, en el caso del director hay que tener algo más que un buen nombre para ganarse una silla.
 
Como hace poco ha tenido lugar la octogésima séptima edición de los Óscars, los premios que entrega anualmente la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas reconociendo aquellos trabajos destacados durante el año anterior, veamos algunos ejemplos de actores-directores que han obtenido este galardón y por tanto representan algunas de las características que debe tener un director de éxito:
 

  • Clint Eastwood comenzó su carrera como actor en 1955 y dio el salto a director en 1971. A sus 84 años de edad ha dirigido más de treinta películas y ha ganado el galardón a mejor director en dos ocasiones, con las películas Sin perdón (1992) y Million Dollar Baby (2004). Además, ambas fueron ganadoras del Óscar a mejor película. Su última película ha sido candidata a mejor película en la pasada edición.

 

  • Woody Allen es otro clásico en esta categoría. Debutó en 1966 como director y a día de hoy ha dirigido más de cuarenta películas, además de actuar y escribir en otras tantas. Ganó la estatuilla de la academia en 1977 con Annie Hall. Su última cinta es del año pasado, por lo que sigue activo a sus 79 años.

 

  • Mel Gibson después de una carrera de éxito en los noventa basada principalmente en su aparición en películas de acción, se pasó a la dirección en 1992, consiguiendo ganar el Óscar en 1995 a mejor director y mejor película con Braveheart. Actualmente está prácticamente retirado del mundo del cine.

 

  • Sofia Coppola tuvo una breve carrera como actriz, siendo en la dirección donde ha ganado mayor reconocimiento del público. En 2003 ganó el Óscar al mejor guión original con Lost in Translation, con la que también fue nominada en la categoría de mejor director. Es la tercera mujer en estar nominada en esa categoría, y la primera norteamericana.
 
  • Jodie Foster es otra de las actrices que ha dado el paso a la dirección. Comenzó a trabajar como actriz en televisión a los seis años. Después de aparecer en numerosas películas y series de televisión, se pasó a la dirección en 1988. Por el momento ha dirigido tres películas y varios episodios en series televisivas. Por sus actuaciones ha ganado el Óscar en dos ocasiones y ha estado nominada otras dos.

 
A pesar de ser una breve muestra, parece que un buen director —o directora— elige buenas historias, sobre todo aquellas que sea capaz de transmitir al público con una sensibilidad especial, tratando de realizar una obra que deje huella, aspirando a convertirse en una obra de referencia. Ellos lo consiguen con constancia, pasión y compromiso por su profesión.
 

El Trono de Hierro. Una silla más que codiciada

“La semana anterior había sido dura, después del largo viaje para llegar al nuevo destino donde desde ahora desarrollaría su actividad. El clima en esta época del año no era especialmente bueno pero el tiempo siempre es más templado en la costa. Esto también ayudaba a que la nueva ciudad tuviera mucha más vida que aquella de la que venía, donde reinaba el frío invierno. El nuevo clima se traducía en un murmullo constante y en una mezcla de todo tipo de olores. Se vistió con ropas más livianas, se sentía extraño y se dirigió hacía el edificio donde sabía que pasaría un día tras otro atendiendo al consejo -a su superior- y en fin, a todo el que tuviera algo que decir. El trayecto hasta la sala fue corto. Atravesó la puerta flanqueada por guardias y vio su destino al fondo. Cruzó el frío salón mientras era observado por más guardias que contenían a curiosos y solicitantes. Ascendió unos pocos escalones que lo elevaron del resto de la sala y tomó asiento, no sin antes recibir un corte en la palma de su mano derecha… de golpe recordaba quién era y dónde estaba: era La Mano del Rey, acababa de sentarse en el Trono de Hierro y ahora gobernaba los reinos de Poniente. Así pasaría los días desde ahora, sentado en ese trono que no le dejaría olvidar dónde se encontraba”

Después del gran éxito que ha tenido la adaptación televisiva de la obra Juego de Tronos, hay muchas posibilidades de que hayas recordado con el párrafo anterior la llegada de Ned Stark a Desembarco del Rey desde la fría Invernalia para ejercer como La Mano del Rey, aquel que gobierna como si fuera el rey para que éste último pueda dedicarse a otros asuntos. Este es uno de los eventos que pone en marcha la trama ideada por George R. R. Martin, autor de la obra original, donde varios grupos monárquicos luchan por el control del Trono de Hierro, el símbolo que representa el poder y el control sobre los Siete Reinos de Poniente.

George R. R. Martin comienza la serie Canción de Hielo y Fuego en 1.996 con la publicación en Estados Unidos del primer volumen, Juego de Tronos. En 1.997 gana los premios Locus y Hugo, y fue nominado para el premio Nébula. La versión traducida llega a España en octubre de 2.002. Hasta el momento son cinco los libros publicados, y mientras tanto el autor prepara su sexta entrega, Vientos de Invierno.

Por la extensión de las novelas, el autor se plantea que será necesaria una serie para llevar a la televisión Juego de Tronos, después de recibir propuestas para adaptar dos películas. Es en 2.006 cuando David Benioff y D. B. Weiss presentan el proyecto a la cadena americana HBO, que adquiere los derechos de producción en 2.007. Tras la emisión del episodio piloto en 2.011, se firma una segunda temporada con un presupuesto de 70 millones de dólares. Hoy en día estamos a la espera del estreno de la quinta temporada, y según parece se plantean llegar hasta la octava para continuar con películas adicionales con las que completar la trama todavía incompleta.

El deseo de controlar El Trono de Hierro marca el ritmo de las historias que aparecen tanto en la novela como en la serie de televisión, convirtiéndose por derecho propio  en un icono de la franquicia. HBO ha tenido varias réplicas de esta silla dando vueltas por el mundo para los diferentes eventos de promoción y así hacer las delicias de los millones de fans. Incluso se ha puesto a la venta una versión de casi dos metros de alto en fibra de vidrio y resina por aproximadamente 28.000 €, para que podamos sentirnos en el salón de nuestra casa como si gobernáramos Poniente a nuestro antojo.

Ned Stark sentado en el Trono de Hierro. Imagen promocional de Juego de Tronos

George R. R. Martin, en su blog, reivindica que el diseño planteado por HBO para la serie es genial, le encanta y se adapta a las necesidades de la misma, pero deja claro que esta es la versión de la serie y no la versión del trono que él imagina cuando escribe. Para él ha resultado especialmente frustrante que desde que en 1996 se publicó el primer libro de Canción de Hielo y Fuego, docenas de artistas han representado el trono, dando lugar a docenas de versiones diferentes. En sus propias palabras:

“He dicho en repetidas ocasiones que el Trono es gigantesco. Sobresale de la habitación como una gran bestia. Y es feo. Es asimétrico. Está construido por herreros no por artesanos y expertos en fabricación de muebles. Tienes que andar los escalones de hierro, y cuando un rey se sienta está como a tres metros sobre los demás… Está en una posición elevada mirando desde arriba a todos los demás”

 
A pesar de que Martin reconoce que para millones de seguidores de la serie la versión televisiva es y será el trono por excelencia (incluso admite que es más verosímil que el suyo aunque no esté realizado realmente en hierro), para su libro ilustrado The World of Ice & Fire contó con la ayuda del ilustrador Marc Simonetti, con el que trabajó sobre diferentes versiones hasta llegar a una que el autor dice poder usar como referencia para futuras consultas sobre el trono.


El Trono de Hierro por Marc Simonetti 

En esta versión sí podemos apreciar la crudeza de las descripciones propuestas por Martin, donde la silla de metal es brutal desde un primer vistazo, despertando terror y admiración a partes iguales, fabricado con miles de espadas, sin permitir reclinarse a quien se siente en él. No debe olvidar dónde está sentado.

Como el autor reconoce, llevar a la pequeña pantalla esta representación habría consumido por si sola el presupuesto de producción de un episodio completo, además de los numerosos problemas logísticos que habría generado a la hora de encontrar un salón adecuado a su tamaño.  

El arte de lo cotidiano: Una y tres sillas

Los objetos que nos rodean, aquellos con los que interactuamos cada día son los que crean el mundo. Pero estos objetos no forman parte de nuestro mundo, no existen como tal hasta que no les damos un nombre, una explicación; no forma parte de nuestras vidas hasta que no adquieren un significado y, de esta manera, pasa del mundo de las ideas a formar parte de nuestro entorno.
 
La visión del arte cambió con las aportaciones de Marcel Duchamp (1887-1968), un artista y ajedrecista francés que apostó por presentar los objetos como ideas y crear arte a partir de estos, de tal manera que no se viesen como meros objetos decorativos. Parece que existe cierto consenso en el mundo del arte en situar a Duchamp y sus ready-mades como el origen del arte conceptual.
 
En este marco, en el arte conceptual prevalece la visión de los objetos como la idea del mismo, como elementos conceptuales sobre su representación física o la propia realización artística. De esta manera, la exhibición final de la obra carece de valor respecto al proceso creativo y a la elaboración de la obra, así como los productos intermedios: bocetos, apuntes, etc. Es esta una forma de expresión donde los objetos presentados invitan a la estimulación intelectual de quienes los observan, destacando en una obra de arte esta capacidad de estimulación sensorial. Los medios utilizados para llevar a cabo esta ardua tarea son el texto, la fotografía y el vídeo, los cuales presentan todas las característica necesarias para llevar a cabo la misión de que la idea tras la obra es más importante que la obra en sí.
 
Dentro de esta corriente artística encontramos a unos de los padres del conceptualismo: Joseph Kosuth (1945-), artista estadounidense formado en el campo artístico así como en las disciplinas de la filosofía y antropología. Su trabajo abraza las ideas artísticas de Duchamp, pero también las teorías de los filósofos Ludwig Wittgenstein (en cuyo homenaje tituló a sus obras más conocidas como Investigaciones) y A. J. Ayer.
Uno de los problemas que a los que se enfrentó Kosuth es la disrupción que hay entre las palabras y los objetos definidos por estas, de ahí su indagación en las teorías de Wittgenstein y A. J. Ayer; a través de las cuales descubre que la realidad se encuentra en el lenguaje, que es lo único que permite la posibilidad de conocer y comunicar la realidad. De esta manera, Kosuth  aplicó las teorías del lenguaje al arte; las ideas y significados de los objetos pasaban a formar parte de la propia obra, adoptando el paso de la apariencia al concepto y reivindicando el proceso mental para llegar a un resultado artístico, destacando que el arte es mucho más que la presentación de objetos decorativos.
 
Desde su etapa más temprana como artista y tras completar sus estudios en la School of Visual Arts de Nueva York, desarrolla una básica teórica en sus obras y se convierte en uno de los líderes del arte conceptual, con una clara intención de liberar al arte del encadenamiento al que son sometidas las formas, que lo reducen a meras apariencias. Además, se revela como el abanderado de una corriente que siente un rechazo absoluto por la producción y la visión mercantilista de las obras de arte. Este radical planteamiento de la creación artística, visto como un mero producto de consumo, pretende ser eliminado – en el arte conceptual en general y de la obra de Kosuth en particular- mediante la reducción de las obras de arte a la mínima expresión objetual. Pese a este rechazo, en la actualidad su obra se exhibe en los más importantes museos del mundo.
 
En 1966, Joseph Kosuth presentó Art as Ideas as Idea, obra precursora de las ideas que presentaría posteriormente en su artículo Art after Philosophy. En esta obra de 1966, establece el paradigma del arte conceptual tomando como esencia de meditación el lenguaje y la representación a través del mismo. En este trabajo expuso una visión intelectual del arte y cómo la propiedad primordial del arte es una concepción filosófica y lingüística, llegando a afirmar que “el arte es, de hecho, la definición del arte”.
 
Su obra de 1969 Art After Philosophy se convierte en su principal manifiesto donde cita a Duchamp (y sus ready-mades) como el verdadero creador de la revolución artística. Es esta una obra reivindicativa donde aborda el arte como un proceso filosófico y lingüístico a través de elementos que adquieren cuerpo en el mundo real mediante el uso de textos y lo transforman, desmaterializándolo. Es esta desmaterialización del arte la base de lo que se considera el arte conceptual, otorgando toda la importancia a la idea y sometiendo al soporte de la misma a algo totalmente prescindible.
 
A partir de 1965, Kosuth comienza con sus “pre-investigaciones”, de las que surge la que fue con toda probabilidad su obra más célebre “Una y tres sillas” (One and three chairs. 1965). Con tan solo 20 años crea la que se considera primera instalación conceptual. En ella presentó una silla plegable, una fotografía de esta silla a tamaño real y un letrero que con la definición del término “silla” obtenida del diccionario.
 
Con esta obra, el artista conceptual pone de manifiesto que no es necesaria la creación de los objetos; resulta suficiente la definición de los mismos. Con la elección de objetos cotidianos, en este caso una silla (en principio sin ningún tipo de vinculación con el arte), Kosuth convierte el objeto en arte y consigue alejarlo de cualquier connotación decorativa. Sin embargo, a través de esta obra genera un concepto global: el objeto (la silla), su representación (a través de la fotografía) y la definición (texto). En la obra se confrontan tres situaciones con un vínculo lingüístico. Parece estar preguntándonos ¿es un mismo elemento?¿Son tres situaciones diferentes? Con esta representación se propone hablar de la realidad tratando de captar la naturaleza conceptual de la obra de arte a través del lenguaje, contribuyendo a la reducción del objeto a un mero elemento decorativo y exponiendo su componente filosófico e intelectual. El propio artista señaló que “El arte que yo denomino conceptual lo es porque se basa en una investigación en torno a la naturaleza del arte”.
 
Con la obra “Una y tres sillas” comienza el estilo antiformalista; el uso de un código se aproxima a la realidad a través de una misma reflexión desde perspectivas distintas. Se trata de un código bífido con un componente visual y verbal.
 
En su reacción  contra el formalismo, separando entre estética y arte, la definición de obra de arte por el propio autor, no deja lugar a dudas de lo que pretende con su obra: “las obras de arte son proposiciones analíticas. Es decir, si son vistas dentro de su contexto -como arte- no proporcionan ningún tipo de información sobre ningún hecho. Una obra de arte es una tautología por ser una presentación de las intenciones del artista, es decir, el artista nos está diciendo que aquella obra concreta de arte es arte, lo cual significa que es una definición del arte. Por eso, que es arte es ya una verdad a priori (que era precisamente lo que Judd quería decir al constatar que «si alguien dice que es arte, lo es»)”.
 
Pese a que “Una y tres sillas” es considerada una obra emblemática del arte conceptual, no ha estado exenta de polémica; siendo calificada por algunos críticos -como es el caso de Catherine Millet- como una obra puramente formalista, en contradicción con la visión de Kosuth.